Siempre que nos marquemos un objetivo a perseguir, meditemos
¿Realmente qué deseamos conseguir?
Detrás de cualquier objetivo se esconde algo más grande que lo alimenta.
Eso más grande, somos nosotros en un aspecto que necesitamos ver, desarrollar y que desconocemos.
Por eso se forma el objetivo en nuestra mente, en nuestro corazón y en nuestra realidad externa.
Eso que no vemos es lo que realmente nos alimenta y nos alienta para emprender la marcha.
Lo importante es el camino que recorremos en la consecución del objetivo y no él en sí mimo.
¿Por qué?
Porque conocernos implica un sendero a recorrer que contiene muchos matices. Esos matices se pondrán de manifiesto durante el recorrido.
No nos ceguemos con las metas, centrémonos en cada instante.